15 de diciembre de 2012

ARGENTINA - PROVINCIA DE BUENOS AIRES : LA HISTORIA DEL MONAGUILLO QUE TERMINÓ SIENDO VEDETTE





Karla Oser: la primera platense que cambió de sexo  


Fue el primer transexual que cambió sus genitales en el Hospital Gutiérrez de La Plata 


Hoy es manicura en Tolosa y vedette en Recordando


Llegó a La Plata detrás de un amor y se quedó a vivir 




La historia de una mujer que fue monaguillo, travesti, prostituta, vedette y eterna buscavidas 



Por MARISOL AMBROSETTI


Italo Nelson tiene 5 años y todas las noches se arrodilla en su cama frente a un crucifijo.

Las luces están apagadas, los padres duermen.

Despacito, para adentro, repite una frase como si fuera un mantra: “diosito te lo ruego, que mañana cuando me levante tenga el cuerpito de una nena, o si no que se me vayan estos pensamientos feos”. 

No sabe que deberá esperar 28 años para lograrlo.

Y no por obra de Dios sino por obra de César Fidalgo, el primer urólogo del país en hacer cirugías de cambio de sexo.

La atendió como los dioses en el Hospital Gutiérrez de La Plata. 

Esa operación la convirtió en la primera platense en transformar su pene y testículos en una vagina hecha (a medida) en el quirófano.

La que dedicaría en forma exclusiva al amor de su vida.

Ese hombre fue la causa de su radicación en La Plata en 1998, y con él convivió once años en esta ciudad. Para reservar su identidad, pide que lo llamemos Sr. A. 

Al momento de la cirugía tenía 33 años, ya se hacía llamar Karla Oser y hacía más de una década que se vestía como mujer, se inyectaba hormonas femeninas y ostentaba dos prótesis de siliconas del tamaño de pelotas de vóley.

Para ese entonces ya había sido monaguillo y prostituta, vedette y convicto, travesti y mujer golpeada, diosa y suicida. 

Hoy todas esas luces y sombras las vuelca en sus shows en el pub Recordando.

Karla es un espíritu libre. No quiere fingir. Canta, o hace que canta: “Quiero amanecer con alguien que sepa cómo amarme, que no quiera cambiarme”. Y hay que creerle. 

Llegar al quirófano le demandó ocho años de reclamos ante la Justicia platense.

Para librarse del pito atravesó decenas de examinaciones en la Asesoría Pericial.

Un fiscal le pidió un libre de deuda y una certificación en la que constara que no se había operado las cuerdas vocales.

Hasta hoy, nadie entiende por qué. 

Lo cierto es que para los abogados y funcionarios judiciales el pedido de Karla era inédito, y hacia finales de los ’90, la ley de identidad de género era una especie de sueño surrealista.

Como la nave que Menem prometió enviar a Marte. Para el mundo macho de la ley era un loco que quería algo innecesario. 



ESO NO SE TOCA



“Antes de operarme, algunos hombres con los que tenía sexo me tocaban ahí y yo sentía repulsión. Ésas eran las veces en que me iba llorando”, confiesa Karla.

En una de las pericias le pidieron que se recueste en posición ginecológica con sus genitales desnudos frente a un médico clínico, un cirujano y un fotógrafo listo para disparar con flash. Salió aturdida de tanta vergüenza.

Finalmente, un psiquiatra le diagnosticó disforia de género, el nombre médico con el que se designa a las personas que tienen una contradicción entre su identidad de género y el sexo que natura (o Dios) les dio en un momento de distracción.

Un tribunal debía decidir si Karla estaba apta o no para la operación. Lo integraban los jueces Haroldo Gabernet, María Inés Rinforzi y Raquel Berisso.

El fallo resultó dividido. Dos dieron el sí. El hombre del tribunal no soportó la idea de “castración” y emitió el único voto “no positivo”. 


GENTE CON SUERTE


Hijo del policía Felipe Oser y de María Tudela, ama de casa, Ítalo llegó al mundo en la primavera camporista.

Fue el segundo de cuatro hermanos nacidos en General Alvear, un pueblo del sudeste mendocino con paisaje pampa. 

Durante años creyó ser el único nene del mundo que quería ser nena.

Hasta que un día, en el noticiero, aparecieron los travestis.

“Mi viejo empezó a gritar ‘mirá esos putos’. Yo miré y pensé para adentro: pero qué suerte que tienen estos, que les crecen las tetas y tienen esos cuerpos tan lindos”. 

A los seis años la maestra citó a sus padres:

El nene no quería salir al patio detrás de la pelota como el resto de sus compañeros, que de tan normales ya lloraban por Boca.

Prefería jugar a la “casita” o enseñarles a las chicas la coreografía de Rafaella Carrá, que acababa de llegar al sur para enamorarse bien. 

En compañía de su madre, sin embargo, se sentía liberada: le prestaba los tacos y el maquillaje y al atardecer, antes de que llegue la policía, tejían juntas y miraban la novela.

Cuando cumplió los 7 años se le antojó un bebote para jugar a la mamá.

Pero su madre pensó que consentirla le traería reproches de su marido.

Entonces, buscó complacerla con un muñeco masculino, una especie de playmobil gigante.

“Ay, la felicidad cuando lo vi. Era de plástico frío y duro pero yo, chocha: me lo llevaba a la cama y lo dormía”. 

A los 16, unos años después del desmoronamiento de su familia -hundida en la pobreza tras la separación de sus padres-, decidió irse a trabajar a General Pico, La Pampa. 

Allí, a escondidas, nació la Karlette travesti y con ella, el capítulo más oscuro de su vida. 


LA CALLE


Encerrada en un calabozo del destacamento de General Pico, inmersa en un narcotizante olor a pis, sucia y humillada Karla se corta las venas.

La sangre se derrama sobre sus muñecas pero un guardia la descubre y pide ayuda. La muerte, que tanto desea, se hace rogar. 

Unos años atrás, había llegado al pueblo para trabajar en la cocina de un restaurante.

Todas las noches, al salir, cruzaba la calle que la separaba de la estación de servicio y allí sus amigos los playeros le prestaban un cuartito para maquillarse y vestirse de mujer.

Montada a tacos de 15 centímetros, con minis y camisetas ajustadas caminaba hacia la circunvalación para compartir la noche con otras travestis.

Se sentía plena por primera vez. En esa calle oscura conoció a quien sería su amor y su perdición: Fermín. 

“Empecé a acostarme con otros hombres porque Fermín me lo propuso. Todo arrancó como una fantasía, un juego entre nosotros. Terminó siendo fiolo, golpeador y estafador”, dice Karla ahora. 

Tiene buenos recuerdos de la primera vez que le pagaron por sexo: “No me sentí sucia ni usada, que a veces pasa; al contrario, esa vez me sentí contenida y cuidada, me trató con mucho respeto”.

Una noche Fermín le pidió un favor: al día siguiente, bien temprano, tendría que ir a vender unas joyas al centro. Se las dio en una bolsita de tela y le dijo que eran de la abuela de Sergio, su amigo. Karla fue a la joyería del pueblo y mostró lo que traía.

“Entré al local y el tipo que me atendió se puso a mirar las joyas en detalle, me dijo que espere un rato, que el tasador no había llegado y se metió adentro". 

"A los pocos minutos escuché atrás mío la carga de un revólver y el caño frío en la sien". 

"Cuando me dieron vuelta vi cinco patrulleros afuera, parecía una película”, cuenta hoy divertida. “Me tuvieron 22 días adentro. Ahí, me corté las venas”.
 

EL SUBIDÓN 



La travesti Yamila Presley la rescató del infierno pampeano.

Le propuso viajar a Buenos Aires para ponerse silicona líquida, esa que se usa para los autos o aviones, pero que en el mundo trans -y pese a las advertencias médicas-, se emplea para aumentar busto y glúteos.

Le dijo a Fermín que volvería en una semana. Nunca más lo vio. 

Las luces de la capital la fascinaron y no tardó en conseguir trabajo en ‘Confusión’, el boliche trans que la codeó con Cris Miró, Jean Francois Casanovas y Cassandra Cash.

En 1998 un productor la invitó a hacer temporada en un boliche de Puerto Madryn. Aunque era verano hacía frío y parecía que el viento patagónico había soplado a la gente. Las calles estaban desiertas.

Adentro de ‘Casablanca’, en cambio, Karla calentaba la noche de un grupo de muchachos excitados que celebraban una prototípica despedida de soltero.

Ella focalizó en uno: “Ese es para mí”, pensó.

Se le acercó con aires de Gatúbela y le tomó las manos. Pero el Sr. A fue más atrevido: sin dudarlo, apretó sus mejillas y la besó en la boca. Un par de meses después estarían juntos bajo el mismo techo, en La Plata. 


LA OPERACIÓN 


Tras siete años de trámites kafkianos llegó el día de la operación.

El 26 de Junio de 2006 entró al Hospital Gutiérrez con su madre y tomada de la mano del Sr. A.

Ingresó al quirófano ansiosa pero feliz: “Yo estaba en mi mejor momento; divina y en pareja, sólo me faltaba sacarme eso”. 

El doctor Fidalgo, que hoy cuenta con 56 operaciones de “reasignación genital” en su haber, hizo un trabajo artesanal:

Empezó por extirpar el pito con su bisturí. 

Con la piel que lo cubría construyó las paredes interiores de la vagina.

Sacó los testículos y con el escroto recreó los labios vaginales.

Con una porción del glande, la parte más gruesa de pene, diseñó el clítoris.

Tardaría más de un mes en desarrollar la sensibilidad justa para darle placer. 

“La rehabilitación es lo peor, estás llena de puntos, gasas y tapones, encima tenés que usar consoladores para que la vagina tome forma". 

"Lloraba del dolor, de tanto verme sufrir mamá llegó a decirme ‘hija perdonanos por no haberte hecho mujer’”. 

Con su cuerpo enteramente femme, Karlette fue la “Sugar girl” en una obra de teatro que estrenó en el teatro Moulin Blue de Capital.

Pero una nueva tragedia, un choque en auto, opacó el resplandor: se fracturó ambas piernas y quedó postrada meses.

Poco después su relación con el Sr. A empezó a agonizar y, tras la separación, Karla se refugió en el trabajo social:

Amadrinó un comedor para chicos pobres y se mudó a una casa en Tolosa, junto con sus sobrinas y Thiago, el hijo de 3 años de una de ellas.

Hoy dice que las chicas son como sus hijas y ellas, a su vez, dicen que Karla es como una madre a la que definen permisiva pero “conservadora”: “Con ella no se jode, y cuando se enoja: agarrate”. 

En el boliche de paredes negras y espejadas como las de un gimnasio donde Karla hace sus presentaciones semanales, ella sabe que, más allá de lo que haga en el escenario, lo que cotiza alto es su cuerpo y su historia, ésa que ya fue noticia.

En las mesas se acomodan unos 40 hombres. Muchos de ellos son gays de mediana edad: albañiles, comerciantes, taxistas, deambuladores de la noche y outsiders.

La acompañan tres transformistas que la presentan como a una diva.

En el mundo del espectáculo Karla se llama Karlette Lamour y confiesa haber tenido encuentros con un par de estrellas del fútbol. 

Todos los Jueves a medianoche sale al escenario con vestidos que remiten a las princesas de Disney y exige los escotes con sus pechos henchidos.

Todo en ella cobra notables dimensiones: mide 1,83 y declara 103 centímetros de busto, 74 de cintura y 115 de caderas. Un auténtico “camión” argentino.

Al final del show, recibirá papelitos con todo tipo de propuestas de los hombres que la fueron a ver. 

Por las tardes, Karla es manicura en la peluquería Narcizo de Tolosa.

Mientras tanto sueña con dos cosas: que la Justicia le reconozca su nuevo nombre, porque en el DNI aún figura Ítalo Nelson Oser, el varón que nunca nació. Y, sobre todo, hoy le pide a Dios que la reconcilie con el Sr. A.


(Fuente : eldia.com.ar)

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